En el cristianismo del siglo VI, el emperador romano Justiniano I lanzó una campaña militar en Constantinopla para reclamar las provincias occidentales de manos de los germanos, comenzando con el norte de África y continuando con Italia. Si bien tuvo un éxito temporal a la hora de recuperar gran parte del Mediterráneo occidental, Justiniano destruyó los centros urbanos, arruinando de manera permanente las economías en gran parte de occidente. Roma y otras ciudades fueron abandonadas. En los siglos siguientes, la Iglesia occidental, en tanto era prácticamente la única institución romana sobreviviente en occidente, se convirtió en el único vínculo que quedaba con la cultura y la civilización griegas.
En el oriente, el dominio imperial romano continuó a lo largo del período que los historiadores ahora denominan Imperio bizantino. Incluso en occidente, donde el control político imperial cayó en declive gradualmente, la cultura claramente romana continuó hasta mucho tiempo después; de esta manera, los historiadores e historiadoras de la actualidad prefieren hablar de una «transformación del mundo romano» en lugar de una «caída de Roma». El advenimiento de la Alta Edad Media fue un proceso gradual y a menudo localizado por el cual, en occidente, las áreas rurales se convirtieron en centros de poder en tanto que las áreas urbanas iban en declive. Si bien la mayoría de cristianos permanecieron en oriente, los desarrollos en occidente sentarían las bases para desarrollos importantes en el mundo cristiano durante la Baja Edad Media.